11 razones por las que los que estudiamos fuera de casa sufrimos al volver a ella

Si has acabado los exámenes (o estás a punto), has hecho las maletas y te has despedido de tu independencia, vas a saber de que estamos hablando.

Después de un año viviendo a tu bola volver a casa es duro.

1. Los horarios. Pasas de hacer lo que te da la gana a la hora que te da la gana a hacer lo que a tu madre le da la gana, a la hora que a ella le da la gana y porque a ella le da la gana. Si antes comías a las 16:00h ahora comes a las 14:00h y no tengas huevos de llevarla la contraria porque MUERES.​

 

2. El desorden. Si eres desordenado tu vuelta a casa es un trauma. Antes tu cuarto estaba desordenado y a nadie le importaba, ahora tienes una especie de maquina de la tortura que te pregunta, tras cada paso que das, si has recogido tu habitación y como no lo hayas hecho MUERES.

3. LA FRASE de las frases. La famosa, genial y espléndida frase que toda madre que se precie dice como mil veces al día una vez que has vuelto al hogar: “MIENTRAS VIVAS EN MI CASA, HACES LO QUE YO TE DIGA”. Y el mi, que habrá enfatizado más de lo mormal, es muy importante y no, no te creas que te va a dejar olvidarlo ni un segundo de tu vida, es su casa y no la tuya, tu acatas sus reglas, te callas y te aguantas, o te vas.

4. Las preguntas tontas de tu madre. ¿Dónde vas?¿Con quien has quedado?¿A que hora vuelves? ¡¡NO LO SÉ, NO LO SÉ Y NO LO SÉ!! Llevas meses sin contestar a esas preguntas y sin nadie a quien le importe la respuesta y, de repente, aparecen cada vez que se te ocurre gritar “Me vooooooy” mientras abres la puerta de tu casa.                                                                                                              

  

5. Por no olvidar la pregunta de cada domingo si has salido la noche del sábado: ¿Cuánto bebiste ayer? Y eso es exactamente lo mismo que llevas intentando averiguar tú desde que has despertado. Pero nada… No hay respuesta concluyentes, solo hay borrosidad, oscuridad y un terrible dolor de cabeza.

6. Las resacas en la cama. Se acabaron, en serio, las resacas horribles que pasabas rodeada de oscuridad, mientras veías series con el volumen bastante bajito para que no te sobresaltaran demasiado y con una botella de agua al lado pasaron a mejor vida. Ahora estará tu madre cuando te levantes con tu cuerpo escombro para recordarte 20.000 veces la hora a la que llegaste ayer y los minutos exactos que tardaste en encajar la llave en la cerradura y abrir.

7. Dormir hasta que te de la gana sin nadie que te atormente. Cuando te levantas a las tantas del mediodía, te diriges hacia el servicio todavía medio dormida y oyes gritando a tu madre desde la cocina… “¡¡Buenos días!! Habrá dormido bien la señorita… Yo llevo desde las 9:00h despierta.”

8. La impuntualidad tranquila. Sí, eres impuntual, ya lo sabes. Lo sabes tú, lo saben tus amigos y lo sabe tu madre. Por ese motivo sabrá perfectamente a que hora has quedado con ellos y en que lugar y cuando vea que se acerca la hora y que tú aún no estás listo se pasará por tu cuarto 20 veces para recordarte que habías quedado hace 10 min y que sigues en casa. Gracias mamá, aún no he sido capaz de aprenderme las horas.

9. Las comidas. Si cuando vivías solo tenías algo que no te gustaba para comer siempre cabía la probabilidad de que encontraras otras alternativas o de que alguno de tus compañeros se compadeciera de ti… o que, en el peor de los casos, se pusiera malo. Ahora no, ahora te lo comes ¿Por qué? Porque a tu madre la sale del chichi y tu no opinión le importa a todo el mundo una mierda.

10. Picar. Podías ir a la hora que quisieras al frigo y nadie te decía nada, ahora la frase “Estás todo el día comiendo” te atormenta cada vez que tus pies se acercan a la cocina.

11. Andar descalzo. Se acabó el chollo, dijiste hasta luego al placer de caminar descalza por la vida en el momento en el que atravesaste el umbral de la puerta de tu casa porque ella tiene una regla que no puede faltar, que no falla y que es inquebrantable: no se anda descalzo por mi casa. Sales de tu habitación un segundo sin calcetines y ya estás oyendo a tu madre gritar desde donde quiera que este “No andes descalza por mi casa”.

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