12 inevitables fases que sufres cuando ordenas tu cuarto

Donde tu madre ve un expositor de Zara un día de rebajas, tú eres capaz de apreciar una armonía perfecta pero, irremediablemente, a veces llega el momento de ordenar el cuarto.

Nadie en su sano juicio comienza a estudiar hasta dos semanas antes de los exámenes, el Cola Cao se toma con leche fría en verano, y en tu cuarto la ropa se divide en tres montones: la limpia en la silla, la usada a los pies de la cama y la definitivamente sucia en el suelo. Donde tu madre ve un expositor de Zara un día de rebajas, tú eres capaz de apreciar una armonía más perfecta que la de una partitura de Mozart. Ese remolino de pantalones y calcetines desemparejados es un caos ordenado. Sabes exactamente dónde mirar cuando necesitas la camiseta blanca o los pitillos negros.

Los murmullos de tu madre cada vez que pasa por la puerta de tu habitación intentan deslizarse hasta tu subconsciente. “Una leonera, una pocilga, una zahúrda”. Consigues resistir. Hasta que un jueves por la mañana te clavas una cucharilla de café en el pie al levantarte de la cama y tu instinto de supervivencia te hace comprender que, irremediablemente, ha llegado el momento de que arregles tu cuarto.

1. Pero qué más dará, si es mi cuarto. Mi cuarto. Nadie más tiene que entrar. Que no, que paso.

2. Y pasas. Y te pones en pie dispuesto a abandonar la escena del crimen, pero, al salir de tu dormitorio, una percha escondida entre una pila de apuntes de cursos anteriores te agarra el tobillo y caes encima de una guitarra vieja a la que se le saltan dos cuerdas. Te replanteas tus elecciones vitales. Tal vez haya que hacer algo.

3. No. Es que cuando acabe esto, el cometa Halley ha pasado dos veces, CSI ha llegado a su última temporada y Antena 3 ha vuelto de publicidad. Yo esto no lo hago. Paso. No, no, no, no y no. No.

4. ¡Anda, el cuaderno de Conocimiento del Medio! Qué bien dibujaba la fotosíntesis. Tendría que haberme metido en Bellas Artes. Ay, el de Lengua. El poema ‘El lagarto está llorando’. Creo que todavía me lo sé de memoria. Ay, qué pequeña era.

5. Pero qué cansancio en los brazos. Debería ir a por algo con azúcar antes de que me salgan agujetas.

6. Me niego, que esto son dos horas más aquí. Que no. Lo meto todo debajo de la cama y se acabó. Así se queda.

7. ¿Por qué están estos papeles pegados? ¿Lo rojo es mermelada?

8. Estos libros en la esquina derecha de la mesa, no. Mejor en la izquierda.

9. Qué calor hacer aquí. Creo que me merezco un descanso.

10. Vale, paso la aspiradora, enciendo una vela y esto ya está. Venga. En diez minutos he acabado.

11. Pero qué limpio y qué grande y qué blanco y qué todo.

12. A partir de ahora recojo la ropa todos los días, los folios los guardo en el archivador y me voy a comprar un libro de fenshui.

Ajá.

Bah, si lo que cuenta es la intención. Hasta que te tropieces de nuevo con parte de la cubertería, patines en un calcetín deshilachado o ruedes sobre tu perro escondido entre chalecos en el suelo, que entonces sí, lo que cuenta es la salud. Vuelve ya al punto uno y deja de darle disgustos a tu madre.

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