Las cosas que no tienen precio

Porque donde unos encuentran solamente excusas, algunos encuentran razones.

Y es que tiene gracia la cuestión porque donde algunos se aferran al no, otros luchan hasta el final por tener el sí. Donde algunos dan todo por hecho y se rinden a la más mínima señal de llovizna, otros bailan felices bajo la mayor tormenta posible y consiguen salir de ella. Mojados, pero salen, y además con una sonrisa de las grandes.

La pregunta que nos debemos hacer todos en algún momento es: ¿qué es lo que hace que seas de un bando u otro? ¿Qué es lo que hace que, aunque estés calado, sigas andando hasta llegar a donde soñaste?

No creo que sea la suerte ni la fortaleza mental ni el qué dirán. Dudo que sea el tener mucha sabiduría o experiencia. De hecho, precisamente los niños son los que mejor saben llevar estas situaciones y salir de ellas. Tampoco creo que sea la cultura o el provenir.

No.

Todo se reduce esencialmente a las ganas, a la cabezonería, al “no podrán conmigo”. Y esas ganas con el desgaste de la vida a veces nos las acaban quitando o, lo que es más peligroso, nos las quitamos nosotros mismos.

Así que aprovecho este espacio para reivindicarlas una vez más. Para quitarle el polvo a esas cinco palabras y gritarlas escribiendo.

Las ganas de levantarte por la mañana después de un mes de infierno y decir “hoy sí, hoy me como el mundo”. Y te lo comes. Punto. Así de fácil.

Las ganas de por fin superar esa pequeña espina que has tenido clavada desde hace años, de por fin perdonar lo imperdonable, porque ya no te mereces gastar en el asunto ni un segundo más.

Las ganas de hacer un cambio radical porque lo de siempre te harta, ya sea comprarte esa chaqueta preciosa que era demasiado cara, sentir con emoción cómo te cortan la melena dos cuartas, o mudarte a otro país, lejos o cerca, da igual, lo importante es perder por las calles todo el equipaje acumulado de tantos años. Y sin darte cuenta casi, te empiezas a sentir muy ligero.

Las ganas de abrirte a una persona y vivir una nueva aventura sin preocuparte por el inicio, nudo o desenlace porque ahora disfrutáis los dos y todo lo demás da igual. Puede que el final llegue a los dos meses o puede que no llegue jamás. Pero eso no es lo importante, sino los momentos compartidos.

Las ganas de aprender a hacer eso que siempre has querido dominar pero nunca te has atrevido. Esas ganas de llevar a cabo el proyecto y llegar a ser el mejor del mundo en ello. Ríete si quieres pero te digo que es posible, da igual la edad que tengas.

Las ganas de perder la cabeza de vez en cuando para mantener la cordura, de apostar porque sí, de reír porque sí, de tomarte un vino más porque sí. Porque la vida son esos pequeños gustos. Porque sí.

La emoción de cuando pisas suelo nuevo, que simplemente son ganas de lo inesperado. De descubrir un nuevo lugar y pensar: a ver qué pasa aquí, aquí no hay límites, aquí todo es posible.

Las ganas de volver firme donde juraste no pisar y decir “aquí estoy yo y me da todo igual”. Esas ganas sí que son buenas. Porque, además de hacerlo con todos, te desafías a ti mismo y creces mucho más allá de lo que imaginaste. Queremos la versión 2.0 directamente, nada de betas y pruebas.

Las ganas de mirarse al espejo y que lo que veamos nos guste. Y sonriamos. Y nos chifle y rechifle. Y así aceptarnos, gustarnos y querernos un poco más, que nunca viene mal autopiropearse.

Las ganas de fortalecer una relación antigua, esa amistad que ambos habéis dejado que se deshaga por la comodidad y el paso de tantos años. Revívela. Lo más bonito que me ha dicho un amigo en mi peor momento ha sido que mis problemas eran los suyos también. La carga sigue está ahí, pero se aligera que no te imaginas. Eso, y no el oro, no tiene precio.

Las ganas de quitarse precisamente las ganas de complicarlo todo. Que las tonalidades pueden ser interesantes pero ya llega un punto en el que nos liamos demasiado. Que no es que no haya que jugar con fuego porque queme, sino porque deja marca de por vida. Que basta ya de perder el tiempo, de standbys, de no jugársela.

Las ganas de dejar de vivir a base de migas y empezar a exigir un banquete. Que las cosas a medias no nos gustan. O sonríes o no. O te enamoras o no. O todo o nada. Mejor dicho, o doble o nada.

Las ganas de querer a las personas por todo lo que han sido y serán, por todo lo que te han dado y te darán, y saber qué exigir a quién. Porque no todos te van a dar lo mismo y lo bonito está en saberlo y disfrutar de su particular cachito.

Las ganas de tomárselo todo un poco más despacio, de saborear los días y disfrutar del mundo que nos ha tocado. Que si te paras un poco verás que el café huele mejor, que los besos saben mejor y la palabras suenan mejor.

Y sobre todo, las ganas de una chica de escribir sobre las ganas y por fin encontrarlas.

– Z

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