11 experiencias que hemos vivido todos los que llevamos brackets

Cuando vas al dentista a ponerte brackets, sabes cuándo entras, pero no cuándo sales...

En estos días es más difícil dar con una persona que no haya llevado algún aparato dental que con una que sí, y yo por supuesto, soy de esa gran parte que ha llevado la boca metalizada durante algún que otro año. Es cierto, que una vez que acaba el proceso de corrección todo son risas, y con el tiempo, se dice siempre aquello de, "¿te acuerdas de cuándo no te querías reír para las fotos?" y acabas con un jijijaja, pero no, no el camino no es tan bonito. Estas son algunas de las vivencias que habrás experimentado durante tu etapa de sonrisa de acero (que era una serie de dibujitos):

1. El Día D. Has ido a dos revisiones, te has hecho una radiografía y ha pasado lo peor que podía pasar: tienes que usar brackets. Te has mentalizado para ese día a pesar de que lo veías muy lejano, y ahí está, ya llegó. Te ves tumbado con un foco de luz apuntando a tu cara mientras un señor te mira con cara de "te van a caer dos años como mínimo". Ahí lo tienes, el principio del fin de tu dentadura irregular. Imaginaos esta situación el día de vuestro cumpleaños.

2. Después de sufrir durante un buen rato la colocación de esos cuadraditos en tu boca, el dentista te da un espejito para que te mires, y lo peor, es que parece que pretende que le digas que te ves más bella que nunca... Mire señor, yo necesito un periodo de adaptación.

3. Pasas por una época en la que todo el mundo te pregunta, "Oye, ¿te han puesto brackets?"

4. Al principio, cuando vayas a hacer una foto evitarás reírte a carcajadas. Y no es que tú fuerces la situación, es que sucede prácticamente de forma automática. Eso sí, esto sucede hasta que te das cuenta de que sales mucho peor cerrando la boca con todas tus fuerzas que esbozando una sonrisa. Una vez más, tu madre llevaba razón.

5. Tu dentista te dará, junto con el estratosférico presupuesto, un diagnóstico y una estimación del tiempo que tendrás que llevar aparato. ¿Sabéis esa sensación que tuvisteis cuando os enterasteis de lo de los Reyes Magos? Pues eso mismo es lo que se siente cada vez que te pasas un mes del pronóstico que te habían dado. DOLOR.

6. La visita mensual para apretarte el aparato dental. En realidad a mí esta parte me daba bastante igual, porque siempre me da sueño la silla del dentistas, pero entre los que llevan brackets es muy comentado el hecho de que dos días después aún sólo quieren comer sopa. Cada cual tiene su umbral del dolor.

7. El momento en el que te ponen las gomitas. Para las personas que no hayan tenido el gusto de llevar aparatos hay que decir que hay unas gomitas, redondas y elásticas, de diferente tamaño según su color, que se ponen de un pinchito a otro de lo que es el bracket. Imaginad, y los que lo habéis vivido, recordadlo, cuando se parte uno de esos elastiquillos.

8. "Señor dentista, ¿me puedo tragar alguna de estas gomitas mientras duermo?", con su consecuente resultado. Yo en su momento necesité hacer esa pregunta porque cada vez que cerraba los ojos para planchar la oreja temía por mi vida.

9. La horrible sensación de no saber si se te ha quedado algo entre los dientes después de comer. Esta angustia se da sobre todo cuando la comida se hace fuera de casa y no sabes si preguntarle a un amigo, mirarte en la pantalla del móvil o huir al cuarto de baño.

10. El grandioso momento en que ves que toda la pesadez de llevar aparato se ve recompensado porque ves cambios. Poco a poco, observas cómo todo se va a la posición en la que debería estar, de la nunca se tuvieron que ir tus dientes después de reemplazar a los de leche.

11. Y cuando por fin llega el día soñado, ese en el que te quitan los aparatos y vas con miedo por si te dicen que tienes que aguantar un mes más... Todo son cosas bonitas, te reconcilias con la humanidad, incluso con tu dentista, y te das cuenta de que le has cogido cariño... Pero no te preocupes, que tendrás que seguir yendo a revisiones anuales. 

Se hace el milagro, te da el espejo para que veas tu flamante dentadura, y lo primero que piensas, aunque tengas los dientes más pequeños del mundo, te los ves enormes y raros sin tus cuadraditos metálicos. Y los echarás de menos. Vale no. A disfrutar de la libertad dental.

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