22 cosas que solo entenderás si has vivido en una residencia

Vivir en una residencia no se puede comparar con nada.

Cuando decides irte a estudiar fuera de casa a una nueva ciudad tienes dos opciones: irte a un piso compartido con tres o cuatro personas o vivir en una residencia con cien o más. Esta lista está dedicada a aquellos valientes que eligieron la segunda opción que, como sabrán, es mucho más divertida. Ahí van 22 cosas buenas (y otras no tanto) que solo entenderás si has vivido en una residencia de estudiantes.

1. No te aburres nunca. Es así. Hagas lo que hagas, aunque todos digan estar ocupados y estés muy aburrido, siempre habrá alguien que estará más aburrido que tú y que te propondrá algún plan. Ver una serie o una película, jugar a la play, merendar, salir a dar una vuelta o a tomar algo, hablar, montar una fiesta improvisada o hacer travesuras. Y si, en caso extremo de que no hubiera nadie, siempre puedes colarte en cualquier habitación y molestar un rato.

2. Conoces a muchísima gente. Durante un curso entero convives con alrededor de doscientas personas y, aunque está claro que no puedes llevarte bien con todo el mundo, encontrarás a grandes chicos y chicas que harán que tu estancia allí merezca la pena. Y es que hace falta ser muy antisocial para no llevarse bien con ni una sola persona de todas las que ahí viven.

3. Llegas nuevo al comedor sin conocer a nadie y no tienes ni idea de dónde sentarte. Los primeros días te planteas incluso el no bajar a comer. Y cuando lo haces, ahí estás, con la bandeja en las manos mirando a todos sin saber qué hacer con tu vida. Te sientes como en el colegio de una de esas películas americanas donde alguien se sienta en una mesa, y los demás se callan de golpe o se van y te dejan más solo que la una. Tranquilidad, siéntate con quien sea, acabarás haciendo amigos y conociendo gente.

4. Sufres las novatadas. Algunas residencias las tienen y otras no. Consiste en que, a principio de curso, los veteranos o residentes más antiguos les gastan una serie de bromas y les hacen retos a los novatos para que se integren. Aunque claro, hay algunos que son bromistas todo el año.

5. Vas a las fiestas no a pasártelo bien, sino a morir. Lo mejor de vivir en una residencia es, sin duda, lo épico de todas las fiestas. La cantidad de cosas que pueden pasar en una sola noche y la cantidad de alcohol que puedes ingerir es directamente proporcional a la resaca del día siguiente, donde apenas verás a nadie porque estarán todos en sus habitaciones, tan hechos polvo como tú.

6. Recibes o vives los premios. ¿Has vivido en una residencia y no has tenido una entrega de premios al más guapo, más guapa, más liante, más borracho, etc.? Entonces no sabrás la que puede liarse en pocos días. Recuerda, la clave está en tomarse los resultados con humor.

7. Tus compañeros te ven de cualquier forma. Y cuando digo cualquier forma, me refiero a cualquiera. Con las peores pintas después de haber salido de fiesta anoche, recién salido de la ducha, empapado en sudor después de correr, e incluso bajando al comedor en pijama porque para qué te lo ibas a quitar si no vas a salir en todo el día.

8. No tienes vida privada. Por suerte o por desgracia, sabes todo lo que se cuece en la residencia, te llegan rumores de todo tipo de unos y de otros y a la inversa; cualquier cosa que hagas o digas será sabida por todos en un plazo de cuarenta y ocho horas. Eso sí, en ocasiones no todo es como lo pintan.

9 “La residencia tiene ojos”. Esto significa que allá donde vayas, no podrás evitar encontrarte al menos con una persona que viva en la misma residencia que tú. Ya estés en un concierto, de tiendas, en el cine, tomando algo, haciendo algo o estando con alguien con quien quizás no quieras ser visto, lo que nos hace volver al punto de arriba. Además, si haces algo, al día siguiente bajarás al comedor y todos te mirarán como suricatos. Cotilleos asegurados.

10. Esos grandes desconocidos. Al final del curso, habrá personas que conoces solo de vista y con las que ni siquiera has intercambiado una palabra, otras con las que no has pasado de un “hola” incómodo cuando te cruzas con ellos por los pasillos o en el ascensor, y otras que un día de repente ves y no tienes ni idea de dónde ha salido.

11. El ruido. Una residencia es de todo, menos silenciosa. Si no es por la música, es por los gritos, y hay veces en las que tus ganas de dormir chocan con el estrés de llevar intentando quedarte dormido tres horas y no poder por el bullicio de fuera, lo que te da ganas de salir y matarlos a todos.

12. Comes, y mucho. Hay veces en los que te gusta la comida del día de la residencia, y otras veces en las que te pasas la semana entera comiendo fuera o comprando y alimentándote a base de bocadillos, pizzas, hamburguesas y chocolate. Tienes hambre a todas horas, por lo que te acabas dando cuenta de que has engordado unos cuantos kilitos desde que entraste. Y eso no te gusta nada.

13. Al principio soportas las charlitas informativas y vas a las actividades que se organizan. Luego pasas de las charlas y vas a lo que se organiza igualmente (si hay alcohol y fiesta en el plan, claro). Y sientes que has vuelto al colegio, con todo el mundo en el autobús, dispuestos a pasarlo bien y a liar la más grande. No pararás un segundo.

14. Te ponen mote. Tú eres el que hizo tal, o el hermano de fulanito, o el que se besó con este o esta, o esto porque te pareces a esto otro. O si no, como mínimo, eres un novato, o un novato de mierda, o un veterano. No se puede evitar. Y eh, “el expediente se respeta”. Es decir, la antigüedad como excusa para todo.

15. Estás todo el día dando paseítos al baño. Si las duchas y los baños son comunes, ya lo sabes, no podrás evitar que sepan cuando te lavas o cuando haces tus necesidades. Y cuando menos quieras encontrarte a gente, más te los encontrarás. Te acabas acostumbrando. Eso sí, no dejas de quejarte cada vez que te topas con porquerías. Y olvídate, nunca saldrá el culpable.

16. Tienes conversaciones incómodas en el ascensor. Lo que ya habíamos dicho antes: si subes con alguien con quien hablas, esto no te pasará. Pero si no, acabarás cogiendo el móvil y esperando impaciente a que se abra la puerta para salir corriendo con un rápido ‘hasta luego’. Recuerda, siempre puedes subir por las escaleras.

17. Pasas de las ‘normas’. Que si no se puede estar más de tres personas en una habitación, que si no se puede armar jaleo a ciertas horas, que si no se puede beber ni fumar, que si no pueden meterse los niños en las habitaciones de las niñas y viceversa… Tú también te has saltado más de una vez estas normas, y lo sabes.

18. Vives la época de exámenes más intensamente. Si ya bastante mal lo pasabas en tu casa cuando te encerrabas en tu habitación día y noche a estudiar, peor lo pasas en la residencia cuando doscientas personas están igual o peores que tú. Estrés, estrés, y más estrés. Sin embargo, los descansos entre estudio y estudio son lo mejor.

19. Aprendes a convivir. Porque no es lo mismo vivir con tres o cuatro personas que hacerlo con muchísimas más. Aprendes a ser más sociable, aunque también a ir a tu rollo, a que no te afecte lo que puedan decir de ti, y a no dejarte llevar por los chismorreos, ni por las apariencias.

20. Te dejas la llave dentro y no puedes entrar a tu habitación. Y tienes que bajar a pedirle al conserje las de repuesto. No pasa nada, se te volverán a olvidar mil veces más.

21. Internet va a pedales. O que a veces directamente no vaya. Sois muchos, y esto suele pasar. Desesperación al canto. Acabas enfadado con todos por ‘descargarse cosas’ y ‘chupar wifi’.

22. Y, ante todo, te llevas grandes amistades. El roce hace el cariño, aunque también rozaduras, cuidado. El estar las 24 horas del día con las mismas personas hará que acabes congeniando con un grupo y que, poco a poco, ganéis confianza y acabéis siendo grandes compañeros. Te llevarás amigos de por vida.

Conviviendo con tantísimas personas es una residencia vivirás innumerables experiencias que recordarás con cariño con el paso de los años y es que, estar en una residencia, es algo que hay que vivir al menos una vez en la vida.

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