12 odiosas cosas que a todos nos han pasado y que no podemos evitar

Te ha pasado, admítelo.

Llegar ebrio a casa y no encontrar las llaves o no poder encajarlas en la cerradura, casi sentir un infarto cuando te tocas el bolsillo y no sientes el móvil, que se te meta en la cabeza una canción que odias profundamente y pasar el resto del día cantándola… A todos nos han pasado este tipo de cosas que, por mucho que nos empeñemos, no podemos evitar que ocurran y que nos sintamos de una determinada forma al respecto. Lo mejor que podemos hacer es admitirlo y reírnos de ello. Somos humanos, no perfectos. Estas son 12 de esas cosas que a todos nos han pasado y que no podemos evitar.

1. Odiar intensamente a los que van dando bandazos con la punta del paraguas hacia atrás. No sabes si están haciendo un desfile del ejército, si se están marcando una coreografía, si están peleando contra el aire o si, directamente, son tontos. Y más los odias cuando al final te la clavan en cualquier parte de tu cuerpo, se giran y te dicen ‘¡perdón!’, y tú dices que no importa mientras te alejas acordándote de toda su familia.

2. Irte corriendo de un baño público para que no te vean los que tenías al lado y que han oído todo lo que has hecho ahí dentro. O, en su defecto, parar, quedarte en silencio y esperar a que se salgan antes.

3. Estar en el ascensor y que las puertas no se cierren a tiempo. Te metes, escuchas los pasos de alguien que se aproxima y piensas ‘¡Vamos, deprisa! ¡Ciérrate, maldito!’ La puerta te mira impasible, y cuando parece que por fin va a cerrarse y te vas a librar, aparece la mano de esa persona con la que no sabes de qué hablar o no conoces y sube/baja contigo. Situación incómoda asegurada. Gracias, ascensor.

4. Sentir que has perdido la dignidad cuando corres con una mochila en la espalda. Porque sí. Porque es el anti-morbo y anti-todo. Pareces una tortuga huyendo con su caparazón por la arena ardiente, y para colmo, parece que corras hacia atrás, porque no avanzas nada. Adiós sexapil.

5. Querer matar al conductor del autobús cuando se va en tu cara. Te ha visto, lo peor es que te ha visto. Parece que lo ves sonriendo malvadamente y enseñándote el dedo corazón por la ventanilla mientras pisa el acelerador. Desiste, deja de correr, y piensa como yo: ‘Si el semáforo está en rojo y cuando se pone en verde el autobús sigue ahí, es tuyo. Si se va, nunca lo fue.’

6. Que te dé asco tender la ropa interior de tus padres o hermanos. Sí, es así. Tu madre te obliga a tender la ropa y ahí están los calzoncillos de tu padre esperándote, mirándote directamente a los ojos. Respiras profundamente, gritas como un marrano y los sostienes con apenas dos dedos de una sola mano, alejándolos lo más rápido posible de ti; mientras tu madre te grita que están limpios, que no pasa nada, y que eres imbécil. Aún así, te traumatizas y cuidado, no vayas a cogerlos por la parte que no debes. Ya sabéis a lo que me refiero. ¿Por qué, señor, por qué?

7. Enfadarte si te hablan cuando te acabas de despertar y no enterarte de nada.  Y esto siempre suele hacerlo tu madre. Que si por aquí, que si por allá. Que si esto, que si aquello. Y tú con toda la papa encima, aún en el séptimo sueño. Silencio, por favor.

8. Asustarte cuando estás durmiendo y pegas un bote de repente. Esos pequeños sobresaltos se llaman  sacudida mioclónica o mioclonía del sueño. Al caer dormidos, los músculos comienzan a relajarse y el cuerpo interpreta que te estás cayendo, por lo que manda un impulso nervioso a brazos y piernas para intentar poner el cuerpo de nuevo en posición vertical. Una explicación genial, pero el susto no te lo quita nadie.

9. Ver alguien que lleva la ropa que tú también tienes y pensar ‘será zorra. Bueno, a mí me queda mejor’. Esto, y odiar a cualquier ser humano al azar por cualquier cosa. ¿En qué momento nos hemos vuelto tan hostiles? Bueno, qué más da.

10. Cruzar un paso de peatones y pensar todo el tiempo ‘si no piso las líneas blancas moriré’. Que lo hicieras con seis años era comprensible pero, ¿ahora? No podemos evitarlo. No queremos madurar.

11. Ir a beber de una botella y darte cuenta de que no has quitado el tapón. Y, acto seguido, mirar a tu alrededor para comprobar que nadie te ha visto para que no sepan de tu torpeza.

12. El momento en el que te caes al suelo o te tropiezas en mitad de la calle, te miran, pero no te ayudan. Te incorporas lo más dignamente posible y, en un solo segundo, tus ojos se topan con los de esa otra persona que había cerca. No os decís nada, pero vuestras miradas lo dicen todo: ‘¿Lo has visto, verdad? Sé que lo has visto’ ‘Sí, lo he visto todo’.

Utilizamos cookies para personalizar su experiencia. Si sigue navegando estará aceptando su uso. Más información.