Las 12 cosas que aprendí cuando viví en el extranjero que me cambiaron para siempre

Todo lo bueno en la vida nace de un salto al vacío.

Sé que no va a ser la primera vez que escuches – o leas – que los viajes te cambian la vida. Y también sé que suena muy a cliché, pero es la cruda realidad, vivir en otro país es un viaje que te cambia profundamente. Quieras o no, es inevitable. Quizás no me creas o no te des cuenta, pero algún día lo verás claramente. En esencia seguirás siendo el mismo, pero todos esos sucesos, lecciones, momentos de soledady miedos lejos de casa te ayudan a crecer y a madurar.

Vivir fuera es evolucionar,
tener cicatrices que significan que has vivido.
Que has cambiado.

1. La adrenalina pasa a ser una constante en tu vida.

¿Sabes ese preciso instante cuando el avión acaba de despegar? ¿Que notas un hormigueo en el estómago? Es justo en ese momento en el que tu vida está a punto de transformarse en una montaña rusa de sensaciones y emociones ante lo esperado y sobre todo, ante lo inesperado. Todos tus sentidos se despiertan y se ponen alerta para enfrentarse a nuevas experiencias y no perderse nada en el camino. La sensación de comenzar de cero asusta, pero resulta muy adictiva.

2. Noté como me faltaban, y a la vez me sobraban, las palabras. 

La gente se interesa por saberlo todo de tu nueva vida, pero no sabes muy bien como explicar con palabras aquello que estás viviendo, quizás porque el ritmo frenético que llevas no te ha dejado pararte a pensar como describirlo de la mejor manera. Pero también ocurre lo contrario, que hay veces que tienes que morderte la lengua en mitad de una conversación porque te acabas de acordar de las mil y una anécdotas que te han pasado y no quieres parecer un pesado siempre hablando de lo mismo o convertirte en el "que cuenta las batallitas" de tu otro país.

3. Era incapaz de explicar esa extraña sensación de no pertenecer a ningún sitio. 

Ahora he descubierto que los expertos lo llaman "choque cultural reverso" aunque yo lo he rebautizado como "síndrome del viajero". La explicación científica dice que al irte de tu ciudad, tu memoria se fija en ese momento y permanece inalterada para siempre. Así, en nuestro nuevo hogar echamos de menos esa imagen e incluso idealizamos el recuerdo. Al volver es cuando te das cuenta de que ese lugar idealizado, que pensábamos que seguiría igual, ha seguido evolucionando sin nosotros y no se parece a lo que estaba en nuestra cabeza. Y entras en una dinámica en la que sientes que nada es tu casa. Quieres vivir en una ciudad formada de recortes de recuerdos, experiencias y personas, una mágica conjugación que mezcle todos los buenos recuerdos de los sitios en los que has estado.

Pero esa ciudad, lamentablemente, no existe.

4. Aprendí, por fin, que la valentía está sobrevalorada.

Que es necesaria en cierta medida, pero lo que realmente te impulsa a tomar las decisiones son las ganas.  Concretamente las ganas de no quedarse con las ganas. La gente te dice que también quiere irse, pero que no se atreven. Y yo pensaba "¿Te apetece de verdad? Simplemente hazlo". Cuando damos el salto ya no hay valientes ni cobardes en juego, pase lo que pase, no nos queda otra que enfrentarnos a ello.

5. Y te sientes mucho más libre. 

Cuando te mudas a ese nuevo lugar toda las fichas están en la casilla de salida, tienes que comenzar todo desde el principio. Adquieres cierto nivel de comodidad y de confianza contigo mismo, ya que tienes la seguridad de que pase lo que pase y venga lo que venga en el resto de tu vida, ya habías sido capaz de pegar ese salto y caer de pie. La sensación de poder hacer cualquier cosa te invade el cuerpo, eres capaz de comerte el mundo si así te lo propones.

6. Aprendí a decir adiós más a menudo de lo que te gustaría. 

No solo a mis amigos y familiares que se quedaron en mi país, sino también aprendí a decir adiós a todas esas personas que pasaron por mi vida mientras vivía fuera. Te das cuenta de que, ahora, muchas personas son sólo de paso, y el valor de la mayoría de las situaciones es muy relativo. No te queda otra que aprender y perfeccionar la habilidad de encontrar el equilibrio entre crear lazos y saber desprenderte de objetos y recuerdos, en un duro ejercicio de nostalgia versus pragmatismo.

7. Y que los círculos cada vez se hacen más pequeños pero aumentan en valor. 

Conoces a mucha gente, gente con la que crearás lazos y gente que pasará sin pena ni gloria por tu vida. Pese a ello te paras a pensar en la gente que has dejado atrás: tus amigos de verdad y a tu familia; y te das cuenta de que prefieres la calidad antes que la cantidad. Que ellos han estado ahí antes, están ahora y posiblemente lo estarán después, acompañándote en todas y cada una de tus aventuras aunque os separen miles de kilómetros de distancia.

8. La ciudad en la que nací pasó automáticamente a ser la más bonita. 

El sentimiento de nostalgia te puede invadir – y lo hará, créeme – en cualquier momento. Esa ciudad de la que estabas cansado, en la que te sentías atrapado y de la cuál sólo querías salir, pasa a ser uno de los recuerdos más bonitos que quedan grabados en tu memoria. El Ayuntamiento, la Plaza Mayor o el bar donde ibas antes con tus amigos se convierten en los más bonitos no sólo de tu país, sino del mundo entero.

9. Que el tiempo se mide en pequeños momentos. 

Piensa en la última vez que viajaste en coche mirando por la ventanilla, ¿ves como a lo lejos todo parece moverse muy despacio pero los detalles más cercanos pasan a toda velocidad? Desde la distancia, llegan noticias de cómo sigue la vida en tu ciudad de origen: cumpleaños a los que no pudiste ir, personas que se van y de las que no te pudiste despedir como te hubiese gustado y fechas señaladas que te perderás; sin embargo, en tu nuevo hogar, el día a día va a un ritmo frenético, como esos árboles que pasan a toda velocidad cuando miras por la ventanilla del coche. Y no sólo porque lo haya dicho Einstein, el tiempo pasa a ser algo muy relativo y la única forma posible de medirlo es a través de pequeños momentos, ya sea un Skype con los de siempre o una cena con tus nuevos amigos.

10. Lo verdaderamente importante cabe en una maleta. 

El reto de meter tu hogar en una maleta hace que te replantées qué es importante y qué no lo es tanto. Casi todo lo que puedes tocar con las manos es reempazable; vayas donde vayas habrá ropa nueva, nuevos libros y nuevos cuadernos. Llenarás la maleta de por si acasos pero porque no sabes que allá donde viajes tendrás la oportunidad de crear un hogar, tu hogar, desde cero. Home is where the heart is.

11. Que estaré dividido en dos para siempre.

El hecho de tener que empezar desde cero como si fueras un niño te provoca un cambio extremo, porque no te queda otra que confiar en ti mismo para construir toda una nueva vida. Y al volver te paras a pensar y a contemplar tu vida y los países en los que ésta se desarrolla y entiendes, por fin, que no eres una, sino dos personas independientes. Esos dos lugares representarán distintas partes de ti, ya que habrás formado unas conexiones con gente a la que quieres en ambos sitios a las que no quieres renunciar por nada del mundo: estarás dividido en dos. Siempre que estés en un sitio anhelarás estar en el otro, contando los días hasta que puedas regresar.

Y es que cuesta tanto forjarse una nueva vida en un nuevo país que no puede desaparecer sin más por el mero hecho de que estés en otro punto del mundo con varios husos horarios de diferencia.

12. Y volveré a irme. 

No sé cuando ni a donde, pero el mundo es tan grande y tiene tantas cosas que ofrecernos, ¿qué cómo voy a renunciar a seguir descubriéndolo?

Todo lo bueno en la vida nace de un salto al vacío. —Alan Moore

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